Comer es una de las actividades más básicas y cotidianas que realizamos, pero también puede transformarse en un verdadero desafío cuando aparece la selectividad alimentaria, especialmente en niños.
Esa escena típica de un plato intacto, una lista de alimentos “prohibidos” y el miedo a probar cosas nuevas puede generar tensión en la mesa y preocupación en los adultos.
¿Pero qué es realmente la selectividad alimentaria? ¿Es un problema de conducta, una etapa normal del desarrollo o algo más complejo? En este artículo te explicamos qué implica este fenómeno, por qué ocurre, cuándo preocuparse y cómo manejarlo con empatía y estrategia.
¿Qué es la selectividad alimentaria?
La selectividad alimentaria es una conducta en la que una persona, habitualmente un niño, aunque también puede darse en adolescentes o adultos, rechaza una amplia variedad de alimentos, mostrando una dieta muy restringida y repetitiva.
Esto puede incluir rechazo por sabor, color, textura, temperatura o presentación, y va mucho más allá del típico “no me gusta el brócoli”.
Aunque todos los niños pasan por fases en las que son más mañosos para comer, en casos de selectividad alimentaria severa, el repertorio de alimentos aceptados puede reducirse a menos de 10, generando problemas nutricionales, sociales y emocionales.
¿Es normal que los niños sean selectivos para comer?
Hasta cierto punto, sí. Entre los 2 y los 5 años, muchos niños atraviesan una etapa de neofobia alimentaria, que es el miedo o rechazo a probar nuevos alimentos.
Este comportamiento tiene una base evolutiva: en épocas antiguas, evitar lo desconocido era un mecanismo de defensa contra alimentos potencialmente peligrosos.
En la mayoría de los casos, esta etapa es transitoria y mejora con el tiempo, la exposición constante y el ejemplo familiar. Sin embargo, cuando el rechazo persiste, se intensifica o interfiere significativamente en la calidad de vida, puede considerarse un trastorno por evitación/restricción de la ingesta de alimentos (ARFID, por sus siglas en inglés), un diagnóstico más reciente incluido en el DSM-5 (manual de diagnóstico en salud mental).
Posibles causas de la selectividad alimentaria
No existe una única causa, y suele ser un fenómeno multifactorial. Algunas de las razones más comunes incluyen:
1. Factores sensoriales
Muchos niños selectivos tienen hipersensibilidad sensorial. Esto significa que perciben sabores, olores, texturas o temperaturas de forma más intensa o incómoda que otros.
Por ejemplo, pueden rechazar todo lo que sea “baboso”, “crocrante”, “muy frío” o “con olor fuerte”.
2. Experiencias negativas con la comida
Un episodio de vómito, ahogo o dolor abdominal asociado a un alimento puede generar un rechazo prolongado. Incluso sin ser conscientes, los niños pueden relacionar una mala experiencia con un sabor, textura o color específico.
3. Modelado familiar
Los hábitos alimentarios se aprenden en casa. Si en el entorno familiar hay adultos con hábitos restrictivos o se evita probar cosas nuevas, es más probable que los niños también lo hagan.
4. Problemas médicos o gastrointestinales
Algunos casos están relacionados con reflujo, alergias alimentarias, estreñimiento crónico o trastornos del desarrollo como el autismo. En esos contextos, el rechazo alimentario puede tener una base fisiológica o neurológica.
5. Necesidad de control
A veces, la comida se vuelve el único terreno donde el niño siente que puede decidir. En esos casos, el rechazo alimentario se convierte en una forma de ejercer control en un entorno en que se siente presionado.
¿Cuándo es necesario buscar ayuda profesional?
Aunque todos los niños pueden tener fases de menor apetito o rechazo a ciertos alimentos, hay señales que indican que puede ser útil consultar a un especialista (nutricionista, terapeuta ocupacional, psicólogo o fonoaudiólogo):
- El repertorio de alimentos aceptados es muy limitado (menos de 10 o 15).
- El niño rechaza grupos completos de alimentos, como frutas o verduras.
- Hay problemas de crecimiento, desnutrición o deficiencias nutricionales detectadas.
- Las comidas se convierten en situaciones de conflicto, ansiedad o llanto constante.
- Se aisla en eventos sociales que involucran comida (cumpleaños, paseos, escuela).
- Hay retrocesos o rechazo incluso de alimentos que antes eran aceptados.
Estrategias para acompañar la selectividad alimentaria (sin perder la paciencia)
La clave para abordar este fenómeno está en la exposición, la empatía y la constancia. Aquí algunas ideas prácticas:
1. Ofrece sin obligar
Obligar a comer genera más rechazo. En cambio, invita a probar, sin presión. A veces basta con permitir que el niño toque o huela el alimento para iniciar una relación más amigable.
2. Exposición repetida (aunque no se lo coma)
Se estima que un niño necesita hasta 15 o 20 exposiciones para aceptar un nuevo alimento. Esto significa que no basta con ofrecerle brócoli una vez. Puede estar en el plato aunque no lo coma. La familiaridad es clave.
3. Presentaciones atractivas y variadas
Un mismo alimento puede servirse de múltiples formas. Por ejemplo, una zanahoria puede ser cruda en bastones, rallada, cocida, en sopa, en muffins o jugo. La presentación hace la diferencia.
4. Involucrar al niño en la cocina
Cuando los niños participan en la preparación, están más dispuestos a probar. Que laven verduras, mezclen ingredientes o elijan una receta puede ser una excelente forma de generar interés.
5. Cuida el ambiente de las comidas
Evita distracciones como pantallas, reduce los tiempos de comida forzados y crea un ambiente tranquilo. Comer debe ser una experiencia placentera, no una batalla.
6. Sé modelo
Los niños imitan. Si tú comes variado, con gusto y naturalidad, es más probable que ellos también lo hagan.
7. No etiquetes al niño
Evita frases como “es mañoso”, “no le gusta nada” o “nunca come porotos”. Estas etiquetas refuerzan el comportamiento y pueden generar frustración tanto en los niños como en los adultos.
¿Qué pasa con los adultos con selectividad alimentaria?
Aunque se habla principalmente de niños, también hay adultos selectivos. En muchos casos, es una conducta que no fue abordada en la infancia y se arrastró con los años. Puede generar vergüenza, malestar en lo social y dificultades nutricionales.
Lo importante es saber que no es una falta de voluntad, y que existen enfoques terapéuticos para mejorar la relación con los alimentos también en adultos.
La selectividad alimentaria es mucho más que una “maña”. Es un fenómeno real, que puede tener múltiples causas y que merece ser abordado con empatía, paciencia y apoyo.
La buena noticia es que, con las estrategias adecuadas, es posible ampliar el repertorio alimentario y construir una relación más positiva con la comida.
No se trata de lograr que alguien ame el brócoli de un día para otro, sino de acompañar el proceso de forma respetuosa, entendiendo que comer bien no solo nutre el cuerpo, sino también la confianza, la autonomía y el bienestar emocional.





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